"La suave patria” difiere
significativamente de los poemas que Ramón López Velarde publicó antes de 1921,
porque La sangre devota (salido a la luz en 1916) y Zozobra (de
1919) son libros que consignan un conflicto entre la lubricidad y la ruta evangélica. Para mayor exactitud, control de las conciencias mediante el régimen sacramental, que atormentó a este poeta, quien, por cierto, fue seminarista. Si la lujuria o concupiscencia es pecaminosa, óbice para la
comunión, entonces ¿cómo podía él entregarse, sin remordimientos, a las
delectaciones carnales?
No abundaré en ese tema transido de nihilismo, que es el celibato, ni las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado laico. Solamente persigo un par de objetivos. El
primero es elucidar el título de la oda a la patria, poniendo el índice en la
manera de adjetivarla, porque no es aguerrida, no es heroica, es suave. Veamos cómo López Velarde
aborda el asunto cívico.
En el proemio advierte que, antes de escribir este poema, estuvo dedicado a la poesía lírica, en los ya referidos
libros donde se nota el conflicto entre sacramentos y deleites; sin embargo, era momento de proponerse la tarea diferente:
impostar la voz, cantando con la gravedad de un tenor que se planta en “la
mitad del foro” para asumir por única vez el tono heroico. Por primera y única
vez. Si bien escribió al mismo tiempo un texto complementario,
"Novedad de la patria", no se trata propiamente de un poema, sino que
se le cuenta entre la prosa. Es un ensayo literario. Lo más importante del texto es
que habla de lo mismo que el citado proemio, de
concebir una “Patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”.
Su concepto es una patria que sea “no histórica, ni política, sino
íntima”.[1]
Otro antecedente. En 1912 López Velarde hizo una crónica sobre el
tema de “Los soldados”, en donde dice cuán diferentes de Aquiles son los
hombres de la leva, de quienes comienza por lamentar las caras “cetrinas, despertando la meditación en los adultos aficionados a pensar en la patria, el
asombro de los chiquillos y los suspiros en las mozas”, y continúa en una
denuncia del prestigio que se les confiere: mera fantasía, porque se quiere ver
en ellos el halo del heroísmo, cuando en realidad marchan hacia la montaña
“empapada en sangre, para ser engullidos, en una desgracia vulgar, por el
hocico insaciable de la revuelta”.[2]
Para el poeta jerezano, la patria no ha de valer por sucesos militares y el asunto cívico es indigno de su confianza y de su
entusiasmo: “No; estos guerreros que se confunden entre la pluralidad de la
tropa no van a morir gloriosamente en un duelo que después será celebrado en
los octosilábicos del romance”. [3]
Este poeta no hace pronunciamientos ideológicos ni sociológicos, desde
luego y, en su propio ámbito que es el de la poesía, la épica se le antojó como
una fruta descomunal. Por ello se limitó a “cortar a la epopeya un gajo”. Esto
quiere decir, sin embargo, que se propuso cumplir con el requisito de la poesía
épica: loar a los héroes; pero al cortar sólo un gajo de la epopeya nacional,
le pareció que valía la pena hablar de un solo hombre por admirable en la
medida que le resultaba extraño, un tlatoani: Cuauhtémoc. El “único héroe a la
altura del arte”.
Pero, ¿cuál será este arte que exige altura de quien ha
de ser loado? No es otro arte que el de la poesía épica, precisamente la que
López Velarde no cultivó, cuando menos hasta ese momento, el ya señalado año de
1921, cuando se cumplió el centenario de la consumación de la independencia.
Todos los versos del proemio
se encaminan al propósito de que el asunto cívico suene a la sordina. Es decir,
que por singular artificio el clarín deje de ser estridente, para que pueda
prodigar una música muelle, distinta con respecto a las bandas de guerra (el clarín es
un instrumento que se hace sonar cuando cantamos un poema épico,
elevado a rango oficial: el Himno Nacional Mexicano, de Bocanegra), de manera
que su sonido sea muelle y delicado.
En sentido contrario, la
sordina es una metáfora del recogimiento en las estancias hogareñas, id
est, el "íntimo decoro",[4] de la
patria más personal que política, pues el
poeta consideraba que dicha intimidad es heroica, a su manera; aunque antónima de la publicidad y de la conmemoración cívica.
De aquí el título del poema:
la patria imaginada será suave, en calidad de fémina. Le cantará en
voz baja, como se habla al oído de una muchacha. De tal manera, al recitar el
poema no hay que alzar la voz, sin necesidad (salvo en la loa a Cuauhtémoc),
para que se alcancen a escuchar otros sonidos de su preferencia: el “golpe de las
hachas” que propine un leñador con su movimiento de caderas, cortando los
maderos silvestres, mientras se escuchan también las “risas y gritos de
muchachas/ y pájaros de oficio carpintero”.
Pero antes de tales versos, en
la segunda estrofa, el poeta introdujo un elemento extraño: “porque van/ como los brazos del correo
chuan/ que remaba la Mancha con fusiles”.
Es extraña, en el sentido de extranjera, la referencia al correo chuan porque sale del territorio mexicano, para
trasladarse a la franja marítima que separa el Sur de Inglaterra y el Norte de
Francia, especialmente Bretaña y Normandía. Dicha franja de agua, que hace
el símil de las “olas civiles” por las que bogará el poeta, es el famoso Canal
de la Mancha.
En cuanto al correo
chuan, el segundo objetivo es explicar su inclusión en el poema. [6] Los chuanes fueron guerrilleros franceses,
principalmente bretones. El nombre se debe a sus líderes, Jean Cottereau y sus
hermanos, quienes heredaron el mote de su padre, al que le decían “la lechuza”
(chouette).
Hay varias novelas que hablan
de los chouanes, mencionaré solamente una porque me parece pertinente para la
explicación del extraño pasaje poético. Se trata de El caballero Destouches, de Barbey D´Aurevelly, cuya novela se
conoce también como La virgen Viuda. El relato ayudará también para saber
qué clase de guerrilleros eran los chuanes, precisando su signo político.
En Francia, los soldados
republicanos eran llamados por un mote de colorida referencia: los azules, cuyos dirigentes fueron Marat, Danton y Robespierre. En 1793 estos
revolucionarios tuvieron que enfrentarse a la amenaza extranjera, además de la
que venía del interior, desde el departamento de la Vendée, representada por los blancos, es decir, la reacción monarquista, que fue
protagonizada, precisamente, por la chuanería.
Reaccionaria es
toda política que busque restaurar un sistema de gobierno que haya sido
derrocado por una revolución. En la citada novela se habla de la acción y la
reacción, cual si se tratase de cuerpos que, saliendo de la inercia, se activan
conforme a leyes mecánicas, porque se suceden golpes y contragolpes en cruentas
venganzas.
Hablo de inercia, acción y
reacción sólo en analogía con las leyes del movimiento físico, porque los movimientos políticos y sociales no responden a las mismas leyes que la
ciencia física. Pero esta analogía permite decir que los chouanes
eran los contras, que eran reaccionarios pues querían regresar al
orden antiguo de la monarquía. Hay que señalar cuán candorosa la sencillez que los guerrilleros mostraban en sus acciones
políticas. Los enterados decían luchar por lealtad a los príncipes, y los que
no se enteraban, solamente fueron arrastrados por la guerra.
Los chouanes mantuvieron la
comunicación con su dirigencia que se encontraba exiliada, en Inglaterra. Para
ello se organizó una diligencia, en el sentido de un correo. El correo chuan es una
persona. Se trata del caballero que fabricó una pequeña y frágil embarcación
para mantener comunicados a los príncipes y la guerrilla contrarrevolucionaria,
a pesar del cerco que le tendieron los azules. “La canoa era una
pluma —dice D´Aurevelly—, que empezó a bailar suavemente sobre las olas. [ 7]
En una ocasión, tras escapar
de los Azules, el caballero se refugió en Inglaterra, en donde los príncipes le
encargaron de una misión personal. La misión era transportar a un importante líder
desde Guernessey hasta la costa de Francia. Pero la canoa del caballero
Destouches era muy pequeña y rudimentaria, “apenas podía sostener un solo hombre
y [...] estuvo expuesta a hundirse cien veces bajo el peso de los dos. Para
suprimir toda carga inútil remaron con los fusiles”. [8]
Aquí está la referencia exacta
del correo chuan, del que habla López Velarde. Con base en ella puedo decir por
qué la incluye en su poema: porque así como D´Aurevelly fue un literato de la
restauración monárquica, consumido
por la nostalgia, López Velarde es un reaccionario, de corazón.
Al perfilar el aspecto ideológico de “La Suave patria”, digo que éste
poeta es un reaccionario de corazón; pero lo hago comparándolo con Barbey D´Aurevelly, quien es el referente literario más
destacable debido a las afinidades entre el poeta
zacatecano y este otro francés, autor de Las diabólicas. Aunque,
cabe reiterar que, en lo político, López Velarde puede ser considerado más un
conservador que un restaurador, y, sobre todo, que lo político se empequeñece
frente a lo sentimental.
Al parecer nunca se es lo suficientemente precavido
para no distorsionar el poema con las connotaciones políticas, ni explícito,
para determinar la clase de reacción que suscribió su autor: López Velarde es
un reaccionario; pero íntimo.
Si López Velarde ha de ser calificado de reaccionario,
hay que matizar, porque no tuvo exactamente la misma actitud del narrador decadentista D´Aurevelly.
No creo que el poeta mexicano quisiera regresar al régimen político anterior a
la Revolución Mexicana de 1910, que en este caso es el de Porfirio Díaz. ”Suframos;
pero no retrogrademos”,[9] dice el jerezano, en la voz de un pseudónimo,
Esteban Marcel.
No vale calificarlo
de retrógrado en tal sentido; aunque se puede indicar otro horizonte de la regresión histórica, que está más
relacionado con el catolicismo que profesaba Ramón. El énfasis no debe ponerse
en lo de reaccionario, sino en el corazón, con el solo
propósito de indicar lo sentimental. Así como La Dolorosa recibe
las dagas en el pecho, este poeta sufrió en lo más íntimo los estragos de la guerra
revolucionaria.
La novela citada tiene implicaciones políticas y hay otras que pueden servir a ese propósito, como una de Víctor Hugo que se titula El Noventa y Tres, basada igualmente en la chuanería. Pero, no hablaré más sobre esa obra, cuya trama es digna de la pluma de aquel romántico, porque ya dejé aclarada la cita del correo.
Lo amable siempre será ponderar más los motivos íntimos que los políticos. En
la lectura del poema encontramos un hombre nostálgico, anhelante de las virtuosas
mujeres, tanto de aquellas que le rodearon durante su infancia, como de otras,
quizá no tan virtuosas, que conoció a lo largo de su vida. El valor de la
patria no estriba tanto en sus héroes como en su "mujerío". Sobre todo, el autor se refiere a sus tías y
primas, así como a sus novias. Para mayor complejidad, se trata de todas las
mujeres que le atraían en una "dualidad funesta/Ligia, la mártir de
pestaña enhiesta/ y de Zoraida la grupa bisiesta"", tal como
dice en otro poema (“Treinta y tres"). Y es que la vida de este
poeta transcurrió entre un harem y un hospital. Zoraida es una de las
odaliscas que le atienden en el primero de estos lugares, así como Ligia, en el
segundo. Se trata de un personaje de otra novela, que sí conoció Ramón. Esta vez de H. Sienkiewicz: Quo
Vadis?
“La suave Patria" es, en
su totalidad, una alegoría, porque enlaza una serie de metáforas. Incluso, la
serie termina con la mención de una carreta alegórica. La carreta es muy sencilla: de paja, lo cual justifica que
se haya considerado a López Velarde como poeta bucólico, pues enfatiza su preferencia
por la vida campesina (en el primer acto dijo que “el niño Dios te escrituró un
establo/ y los veneros de petróleo, el diablo”).
El desfile de
carros alegóricos describe una cultura que va quedando en el olvido. Por eso
hay otras féminas, las "cantadoras"; que no lo eran de oficio, sino para vender cualquier mercancía. El poeta delata que, en aquellos días,
“quieren desaparecer” el ánima y el estilo de la patria. Efectivamente, las
cantadoras han desaparecido. Ya no se las ve, pregonando.
El poeta llega al extremo nostálgico por aconsejarle
a la patria que, para su dicha, debe ser "siempre igual", y que debe
imitar al AVE, pues la Salve María sigue estando "taladrada en
el hilo del Rosario". Instancias distintas y con distinta suerte, la
Nación Mexicana y la Iglesia Católica. La segunda es "más feliz que
tú", le espeta Ramón a nuestra patria, suave; pero laica, muy a su pesar.
Otro poema, “El retorno
maléfico”, describe a Jerez como un paraíso devastado por la guerra
revolucionaria. El quid se encuentra en
aquel momento, a la escucha de "alguna señorita/ que canta en algún
piano/alguna vieja aria; / el gendarme que pita..." y entonces viene el
sentimiento acuciante: una "íntima tristeza reaccionaria”. López Velarde
es un reaccionario; pero íntimo, de corazón.