En la noche del 14
de febrero del año del señor de 1642 nuestra muy noble y leal Ciudad de México
fue víctima de nefanda tormenta, causante de un incendio que consumía gran
parte de las llamadas Casas del Estado,
construidas en el predio de lo que antes fue uno de los Palacios del
conquistador Hernán Cortés.
En una de esas moradas quedó atrapado un grupo de personas, cuyo pater familias era el Señor Méndez, un anciano que no podía erguirse, mucho menos salir por su propio pie para salvar la vida. Su mujer, Doña Martha, y su hija, Clara, no querían abandonarle ahí a una muerte tan segura y cruel; pero tampoco podían sacarle de ese infierno que les envolvía cada vez más estrechamente.
En una de esas moradas quedó atrapado un grupo de personas, cuyo pater familias era el Señor Méndez, un anciano que no podía erguirse, mucho menos salir por su propio pie para salvar la vida. Su mujer, Doña Martha, y su hija, Clara, no querían abandonarle ahí a una muerte tan segura y cruel; pero tampoco podían sacarle de ese infierno que les envolvía cada vez más estrechamente.
De pronto, y como enviado por la
providencia, un hombre penetró en la sala donde esta familia se refugiaba. Se puso al anciano a cuestas para salvar su vida, a costa de casi desfallecer por el sofoco, a causa de la humareda. Era natural que aquel
hombre misterioso, providente salvador, se diera por satisfecho, como paga para su heroico acto, con un simple trago
de agua.
Aquel hombre era Don Guillén de Lampart,
alias Guillermo Lombardo de Guzmán, un nativo de Wexfordia, Irlanda, sin duda
todo un héroe, diríase que digno de ser un rey.
Si se pone en duda el valor que lo
caracterizaba, es posible brindar más señas de su arrojo: antes de avecindarse
en la tierra novohispana, fue un pirata, y antes de ser pirata, el pasajero de
un barco que tomaron por asalto los piratas. Don Guillén se enfrentó al jefe de
ellos en un duelo, y lo venció, lo cual dejó tan asombrados a los propios
corsarios, que le nombraron su nuevo jefe, porque Don Guillén demostraba no
tener miedo, a nada. Es muy lógico ¿No?
Si se habla de un hombre que intenta
proezas tan arriesgadas, digamos como la de nombrarse rey de la América o emperador de los
mexicanos (como decía él) y sublevar a la gente de estas tierras, en época tan
temprana como el Siglo XVII, debe tratarse de un valiente.
Así es, porque Don Guillén de Lampart
encabezó una conspiración que buscaba independizar a la Nueva España y fundar
una nueva nación donde él sería el monarca. Su plan consistía en usurpar el
puesto de virrey mediante unas cartas que falsificaban el sello y la firma de
Felipe IV, el emperador español. Don Guillén quiso tomar el poder motivado por
una mezcla de generosidad y ambición personal, que se agitaban en su inquieto pecho.
Don Guillén de Lampart recibe homenaje
en el Monumento a la
Independencia , que se encuentra ubicado en el Paseo de la Reforma , el cual
consiste en una escultura que le representa
físicamente, en la escala natural. Es posible
ver la escultura del irlandés en
la entrada del monumento, ahí está alojada como preámbulo para el mausoleo que guarda importantes reliquias:
los restos mortales de los héroes que participaron en el definitivo movimiento
de independencia durante el Siglo XIX.
Pero volvamos a nuestro relato. Cuando Don
Guillén se recuperó de la asfixia, pudo reparar en el rostro de la joven, hija
de Méndez, a quien había socorrido, era una bella mozuela, agradable a la vista,
al grado que por mirarla, ya interesado el caballero, sintió que se operaba una
maldición: en la frente del héroe se encendió la marca del diablo.
¿Qué es la marca del diablo?; ¿cuál es la
maldición que lleva consigo?
Cuando Guillén era un niño, un recién nacido,
su madre tuvo un sueño muy extraño, en el cual se apareció el mismísimo diablo en la forma de un caballero
carmesí que estaba acercándose a la cuna del bebé. Dado que el diablo tiene un
dedo de fuego, al posarlo sobre la
frente del niño, lo quemó.
La madre de Guillén solamente soñaba; pero
al despertar ocurrió un prodigio: asustada y perlada de sudor, temblorosamente
revisó a su hijo (Ya puedes, amable lector, adivinar lo que la buena señora
encontró en la frente del héroe) y envuelta en pánico se percató de que el
sueño se había hecho realidad. Ahí estaba claramente la huella rojiza de un dedo
infernal, ésa era la marca ¡Ése era el dedo del diablo!
El diablo mismo se encargó de explicar a
la madre de Don Guillén por qué había
marcado a su hijo:
—Este
niño ha recibido dones celestiales: será listo como el que más; pero yo, el
príncipe del mal, le condeno a que cada vez que mire a una bella mujer, si ésta le enciende el carnal apetito, la
marca surgirá nuevamente. Tendrá miles de problemas que lo alejarán de los más
nobles propósitos. Se perderá entre las llamas de mis antros predilectos. De
nada servirán ni el valor ni la inteligencia para salvarle.
La marca del diablo
facilitó que se encendiera en las mujeres una pasión incontrolable al conocer
a Don Guillén. Un amor casi sin
límite, Digo que casi, porque los
celos y la decepción amorosa eran la salvedad, mejor dicho, la perdición.
Clara Méndez fue como una mariposilla que
comenzó a revolotear encandilada en torno del luminoso galán, lo que llamó la
atención y provocó la desconfianza de Felipe Méndez, hermano suyo, que era
capitán de las tropas del virreinato. Felipe había trabado amistad con Don
Guillén por orden de su agradecido padre;
mas Felipe no congeniaba con este y lo que Don Guillén tenía de
generoso, noble y emprendedor, aquel lo era de díscolo, venal y cobarde, lo
cual no fue sospechado por el héroe,
quien cometió el error de confiarle sus planes políticos y pedirle su ayuda
para llevarlos a cabo.
Por su parte, Felipe investigó a su cuñado
y se enteró de que en la
Nueva España mantenía relaciones amorosas con al menos cinco
mujeres, además de su hermana Clara: Doña Juana, Doña Carmen, Doña Fernanda,
Doña Antonia y Doña Inés.
Felipe intrigaba, con la colaboración de
Doña Inés quien, ya enterada de la infidelidad de su amado, clamaba por
venganza. Ambos resolvieron reunirlas a
todas en un salón donde Don Guillén estaba en amoroso coloquio con Clara. Ello
que provocó el enfrentamiento entre todas aquellas damas. Felipe Méndez y Doña
Inés no se quedaron conformes con eso, ya que denunciaron a Don Guillén ante el
tribunal del Santo Oficio como si se tratase de un hereje.
Los inquisidores lo capturaron. Le
tuvieron preso diecisiete años en diversas cárceles, de las cuales escapó a los
ocho años de ser prisionero, siendo un notable caso documentado de alguien que
se les evade a los inquisidores; aunque al final fue recapturado. Bajo los
cargos de apostasía y hechicería, Don Guillén de Lampart fue condenado y ejecutado
en la Alameda Central
el 19 de noviembre de 1659.
El castigo consistió en un auto de fe, en
cual fue quemado vivo, para cumplir la voluntad de los inquisidores, quienes
vieron en él a un declarado enemigo de la Corona y de la Iglesia Católica. De
paso, dejaron satisfechos los deseos de venganza de Doña Inés, una de las
enfurecidas novias.
* * *
Caballeros, si me lo permiten, les brindo la moraleja: es más fácil vencer a un ejército
completo, que a una mujer despechada.
Fin