martes, 5 de julio de 2011

La manzana de la discordia



                                                 Te dedico estas líneas, ¡oh, aborrecible!; ¡Oh-diosa!

Eris no fue invitada al banquete de bodas de los padres de Aquiles (Tetis y el rey Peleo). Por despecho, la odiosa provocó una contienda entre los dioses inmortales, que habría de tener secuelas en un legendario enfrentamiento entre los mortales, el que fue suscitado entre los teucros y los aqueos. Es decir, entre los troyanos y aquellos pueblos que habrían de ser llamados griegos. Se trata, pues, de lo narrado en la memorable Ilíada, que también es conocida como la guerra de Troya.

Todo comenzó desde que la despechada Eris fraguó un plan para hacer que el banquete de bodas terminara malamente, en un zafarrancho, cuando en el convite estaban reunidas tres de las más importantes diosas olímpicas, Hera, Afrodita y Atenea. Eris les hizo llegar una manzana de oro que tenía escrita una insidiosa dedicatoria: “Es para la más hermosa”. Con ello se provocó lo que podría considerarse un fuerte debate entre los dioses, en torno al asunto, que es propio de una disquisición estética. Habría que imaginar que los dioses discuten y pelean entre sí, a la manera de los hombres. Al menos así lo hacen ver algunos poetas como Homero y Hesíodo. Cuando los leemos, podemos imaginar que los olímpicos son semejantes a los hombres, porque tienen disidencias, son parciales a una u otra diosa. Con lo cual les atribuimos pasiones semejantes a las de los mortales.

La anterior caracterización de la divinidad puede ser cuestionada pues, como dijera Plutarco ¾siguiendo el parecer de Jenófanes y de Platón¾, los olímpicos “son autores de todos los bienes, y no causando nunca ningún mal, por este admirable orden gobiernan y rigen todo lo criado: no como los poetas, que nos inculcan opiniones absurdas, de que sus mismos poemas los convencen […] cuando a los dioses mismos nos los representan llenos de rencillas, de discordias, de ira y de otras pasiones, que aún en hombres de razón estarían muy mal”.

Pero hay conflictos. Tal parece que este descendió al plano de los mortales cuando un joven cuidador de ganado cobró fama como juez en las contiendas de toros. Dicho joven era Paris, quien hasta ese momento no sabía que en realidad era Alejandro, hijo de Príamo, rey de Troya, y que habría de influir grandemente en el destino de su ciudad natal. Un buen día, Paris estaba apacentando un rebaño en  la cumbre del Monte Gárgaro y de pronto se le presentó el dios Hermes, acompañado de las tres diosas contendientes, para encomendarle una difícil tarea porque Zeus lo había elegido para que resolviese cuál de ellas es la más bella, dándole instrucciones de que, cuando diera el fallo, debía entregar la manzana de la discordia a la que fuese su favorita.

Por temor a que semejante compromiso trajera consigo la enemistad de aquellas dos que no se vieran favorecidas, Paris pensó en un ardid: dividir la manzana en tres partes iguales; pero Hermes le dijo que no sería tan fácil salir del paso por esta vía, porque era exigencia de Zeus, el Tonante, que la manzana fuera entregada a una sola. Paris tuvo que acceder para no hacerse enemigo de las tres, además del rey de los dioses. 


Ya que nos permitimos el cuestionable antropomorfismo teológico, permítaseme también darle voces a esta conocido relato, mediante la forma de diálogo. La primera que se le presentó a Paris fue Hera, diciéndole:
         ¾Mira y remira, fíjate que en mí no hay defecto. Yo te prometo que, si me das la manzana, te haré señor de Asia, que es de inagotables tesoros.
        ¾No me tientan esas riquezas, ¾dijo Paris¾, he acabado mi examen y muchas gracias. Vamos a ver a las otras diosas.
         Se presentó entonces Atenea,  la diosa de los ojos zarcos, quien, para no tener ventaja sobre aquellas otras, fue instada a quitarse su poderoso yelmo.
          ¾ Observa Paris, ¾dijo la de los ojos de lechuza¾si me das la manzana, te haré vencedor en todas las batallas y te ayudaré a ser el más fuerte y el más sabio de los hombres.
        ¾Oh, señora¾replicó Paris¾ yo soy solamente un boyero, ¿para qué quiero batallas y de qué me sirve ser el más sabio? No, no os daré la manzana, que venga la hembra que falta.
         En ese momento se presentó Afrodita, dejándose ver en total desnudez, porque las otras diosas le habían instado a quitarse también un cinturón mágico que le servía para encender las pasiones con sólo mirarlo. Se le acercó tanto al pobre mortal, que Paris quedó prendado de ella. Todavía más por la propuesta que le hizo aquella diosa, nacida de la espuma:
         ¾Examina muy bien ¾dijo la diosa¾ y disfruta lo que se ofrece a tus ojos. Si me das la manzana yo te prometo a la más bella de las mujeres, una que es igual a mí en el cuerpo, de nombre Helena ¿No has oído hablar de ella? Está casada con el rey de Esparta; pero bien puede ser tuya.
         Con dicha promesa Afrodita consiguió que Paris, tan dado a los placeres de la carne, le otorgara la manzana de la discordiaCuando se enteraron del fallo, irritadas, las otras diosas juraron acabar con la patria de Paris, la bien amurallada Ilión.

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Eris tiene por gemelo y acompañante a Ares, el dios de la guerra, lo cual cobra sentido, pues donde va la una, va el otro. En contraposición a la discordia está Eros, el daimon del deseo. Si del odio al amor hay sólo un paso, entre el Eros y la Eris tan sólo media una vocal.