sábado, 8 de noviembre de 2014

LA MARCA DEL DIABLO






En la noche del 14 de febrero del año del señor de 1642 nuestra muy noble y leal Ciudad de México fue víctima de nefanda tormenta, causante de un incendio que consumía gran parte de las llamadas Casas del Estado,  construidas en el predio de lo que antes fue uno de los Palacios del conquistador Hernán Cortés. 

En una de esas moradas quedó atrapado un grupo de personas, cuyo pater familias era el Señor Méndez, un anciano que no podía erguirse, mucho menos salir por su propio pie para salvar la vida. Su mujer, Doña Martha, y su hija, Clara, no querían abandonarle ahí a una muerte tan segura y cruel; pero tampoco podían sacarle de ese infierno que les envolvía cada vez más estrechamente.
         
De pronto, y como enviado por la providencia, un hombre penetró en la sala donde esta familia se refugiaba.  Se puso al anciano a cuestas para salvar su vida, a costa de casi desfallecer por el sofoco, a causa de la humareda. Era natural que aquel hombre misterioso, providente salvador, se diera por satisfecho, como paga para su heroico acto, con un simple trago de  agua.
         
Aquel hombre era Don Guillén de Lampart, alias Guillermo Lombardo de Guzmán, un nativo de Wexfordia, Irlanda, sin duda todo un héroe, diríase que digno de ser un rey.

Si se pone en duda el valor que lo caracterizaba, es posible brindar más señas de su arrojo: antes de avecindarse en la tierra novohispana, fue un pirata, y antes de ser pirata, el pasajero de un barco que tomaron por asalto los piratas. Don Guillén se enfrentó al jefe de ellos en un duelo, y lo venció, lo cual dejó tan asombrados a los propios corsarios, que le nombraron su nuevo jefe, porque Don Guillén demostraba no tener miedo,  a nada. Es muy lógico ¿No? Si  se habla de un hombre que intenta proezas tan arriesgadas, digamos como la de nombrarse rey de la América o emperador de los mexicanos (como decía él) y sublevar a la gente de estas tierras, en época tan temprana como el Siglo XVII, debe tratarse de un valiente.
         
Así es, porque Don Guillén de Lampart encabezó una conspiración que buscaba independizar a la Nueva España y fundar una nueva nación donde él sería el monarca. Su plan consistía en usurpar el puesto de virrey mediante unas cartas que falsificaban el sello y la firma de Felipe IV, el emperador español. Don Guillén quiso tomar el poder motivado por una mezcla de generosidad y ambición personal, que se agitaban en su  inquieto pecho.
       
Don Guillén de Lampart recibe homenaje en el Monumento a la Independencia, que se encuentra ubicado en el Paseo de la Reforma, el cual consiste  en una escultura que le representa físicamente, en la escala natural. Es posible  ver la escultura del irlandés  en la entrada del monumento, ahí está alojada como preámbulo para el  mausoleo que guarda importantes reliquias: los restos mortales de los héroes que participaron en el definitivo movimiento de independencia durante el Siglo XIX.
         
Pero volvamos a nuestro relato. Cuando Don Guillén se recuperó de la asfixia, pudo reparar en el rostro de la joven, hija de Méndez, a quien había socorrido, era una bella mozuela, agradable a la vista, al grado que por mirarla, ya interesado el caballero, sintió que se operaba una maldición: en la frente del héroe se encendió la marca del diablo.
         
¿Qué es la marca del diablo?; ¿cuál es la maldición que lleva consigo?
          
Cuando Guillén era un niño, un recién nacido, su madre tuvo un sueño muy extraño, en el cual se apareció el  mismísimo diablo en la forma de un caballero carmesí que estaba acercándose a la cuna del bebé. Dado que el diablo tiene un dedo de fuego, al  posarlo sobre la frente del niño, lo quemó.
         
La madre de Guillén solamente soñaba; pero al despertar ocurrió un prodigio: asustada y perlada de sudor, temblorosamente revisó a su hijo (Ya puedes, amable lector, adivinar lo que la buena señora encontró en la frente del héroe) y envuelta en pánico se percató de que el sueño se había hecho realidad. Ahí estaba claramente la huella rojiza de un dedo infernal, ésa era la marca ¡Ése era el dedo del diablo!       
         
El diablo mismo se encargó de explicar a la madre de Don Guillén  por qué había marcado a su hijo:
         
Este niño ha recibido dones celestiales: será listo como el que más; pero yo, el príncipe del mal, le condeno a que cada vez que mire a una bella mujer,  si ésta le enciende el carnal apetito, la marca surgirá nuevamente. Tendrá miles de problemas que lo alejarán de los más nobles propósitos. Se perderá entre las llamas de mis antros predilectos. De nada servirán ni el valor ni la inteligencia para salvarle.

La marca del diablo facilitó que se encendiera en las mujeres una pasión incontrolable al conocer a Don Guillén. Un amor casi sin límite, Digo que casi, porque los celos y la decepción amorosa eran la salvedad, mejor dicho, la perdición.
         
Clara Méndez fue como una mariposilla que comenzó a revolotear encandilada en torno del luminoso galán, lo que llamó la atención y provocó la desconfianza de Felipe Méndez, hermano suyo, que era capitán de las tropas del virreinato. Felipe había trabado amistad con Don Guillén por orden de su agradecido padre;  mas Felipe no congeniaba con este y lo que Don Guillén tenía de generoso, noble y emprendedor, aquel lo era de díscolo, venal y cobarde, lo cual no fue sospechado por  el héroe, quien cometió el error de confiarle sus planes políticos y pedirle su ayuda para llevarlos a cabo.
         
Por su parte, Felipe investigó a su cuñado y se enteró de que en la Nueva España mantenía relaciones amorosas con al menos cinco mujeres, además de su hermana Clara: Doña Juana, Doña Carmen, Doña Fernanda, Doña Antonia y  Doña Inés.
         
Felipe intrigaba, con la colaboración de Doña Inés quien, ya enterada de la infidelidad de su amado, clamaba por venganza.  Ambos resolvieron reunirlas a todas en un salón donde Don Guillén estaba en amoroso coloquio con Clara. Ello que provocó el enfrentamiento entre todas aquellas damas. Felipe Méndez y Doña Inés no se quedaron conformes con eso, ya que denunciaron a Don Guillén ante el tribunal del Santo Oficio como si se tratase de un hereje.     
         
Los inquisidores lo capturaron. Le tuvieron preso diecisiete años en diversas cárceles, de las cuales escapó a los ocho años de ser prisionero, siendo un notable caso documentado de alguien que se les evade a los inquisidores; aunque al final fue recapturado. Bajo los cargos de apostasía y hechicería, Don Guillén de Lampart fue condenado y ejecutado en la Alameda Central el 19 de noviembre de 1659. 
         
El castigo consistió en un auto de fe, en cual fue quemado vivo, para cumplir la voluntad de los inquisidores, quienes vieron en él a un declarado enemigo de la Corona y de la Iglesia Católica. De paso, dejaron satisfechos los deseos de venganza de Doña Inés, una de las enfurecidas novias.   
             
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Caballeros, si me lo permiten, les brindo la  moraleja:  es más fácil vencer a un ejército completo, que a una mujer despechada.


Fin